jueves, 10 de julio de 2008

desde el extremo: ¿será una trampa?

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Estoy como paralizada, inmersa por el momento en los oficios de un mundo menos noble. Ese que enfrentamos todos día a día, cada uno con más o menos ventajas, más pericia o más suerte que el otro. Ese que muchos de nosotros preferiríamos obviar y esquivamos estoicamente gracias a cierta dosis de lucidez en la consciencia que nos aventaja quizá del resto. Cómo hacen los demás para pasar a través de él sin burlar sus parámetros por lo menos por algunas horas desconectándose de todo. ¿O será esto una suerte de sátira divina que te regala la piedra filosofal en un escenario agreste y totalmente incompatible a sus propiedades, volviéndote un forastero en tu propia tierra, un solitario y un eterno inconforme?
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Crónica de una tarde de revelaciones

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Ahora sí que pude reconocer la cara de la amargura. La ví en el espejo, mientras me subía los pantalones y como de costumbre miraba mi perfil sumiendo la panza. No cabe duda, sí, era la misma. No había experimentado ningún cambio significativo: solo el haberme echado encima algunos kilos.
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Recuerdo haber combatido, no sé si concienzudamente, alguna vez este momento. Recuerdo esa voluntad innata y optimista. Esa disposición risueña de entusiasmarme con las cosas simples, con cualquier superficialidad, sin que esto me causara ningún esfuerzo. A diferencia de hoy, que las sonrisas escasean y hay que pensarlo dos veces antes de desperdiciarlas. Vienen a mi mente esas imágenes de mi misma; preparándome para salir, o querré decir mas bien produciéndome, caminando por la casa con un cigarro en la mano y en la otra un lápiz labial. Mirándome al espejo sin exigir más a la vida que una noche de adrenalina. Toda esta parafernalia por unas horas. Unas horas que hoy a mi criterio además de banales serían la última opción para contrarrestar el aburrimiento. Pero intento descifrar si no será esto una seudomadurez que emboza una desidia encarnada, canibalezca. De qué me sirve esta sensibilidad evolucionada, esta madurez, esta profundidad contemplativa que magnifica todas las desavenencias.
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No podía conformarme. Tenía que ir contra la marea, satisfacer todas mis curiosidades, pormenorizar cualquier inquietud, sabotearme, menospreciar esa existencia previsible, mediocrizarla. Y ahora me pregunto ¿Por qué? ¿Para qué? Para terminar convenciéndome a mi misma de creer en ese equilibrio entre el sistema y los ideales más oníricos, en esa ecuación perfecta que da como resultado la tan sobrevaluada "felicidad".
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¿A quién pensaba engañar soslayando mis verdaderas intenciones ante los ojos de la realidad? "La realidad". La realidad es ésta. Es mi cara recrudeciendo en el espejo. Esta cara no puede ser reflejo de éxito

3 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
siniestro dijo...

La realidad no existe. Nosotros inventamos ese término, de esto apenas conocemos lo que el ojo nos presenta. Y la vista es despiadada, hemos asimilado otra estética, por eso lo que está al frente suele dolernos, nosotros mismos nos miramos y nos dolemos de nuestra propia imagen. Y nos destruimos, y somos patéticos y pretendemos escapar cojudamente entre los libros o con algún acto frívolo, después de eso, otra vez nuestra imagen reflejada en el espejo.

Dylan Forrester dijo...

Comparto algo de tu voz interna, pues creo que todos heredamos esta especie de carga congénita que arrastramos como una cruz bajo los lomos de nuestra eterna contradicción humana, que linda entre nuestra capacidad de asombro y de desencanto ante la vida. Hasta ahora puedo saber que solo el aprender a amar nos libera.

Un abrazo...